Cuando Amanda tenía tres
años dibujaba en las paredes de su casa, que era una escuela con un corredor
grandísimo y espacioso en el que se podía hasta montar bicicleta como si se
estuviera en una cancha de un parque, del parque San Carlos. La sala estaba
decorada con cuadros de Oswaldo Vigas, pero el que más llamaba la atención era
una tela enmarcada en la que se leía el Credo de Aquiles Nazoa, el poeta de su
infancia.
Todas las mañanas encontraba pegada con un imán, en la nevera de la
cocina, una hoja blanca con un dibujo caricaturizado de una tortuga. Amanda
repetía hasta el cansancio "Buen día, tortuguita, periquito del agua, que
al balcón diminuto de tu concha estás siempre asomada, con la triste expresión
de una viejecita que está mascado el agua…". Por las noches, su papá le
contaba sobre la Vida privada de las
muñecas de trapo. Amanda aprendió el abecedario en inglés y en español, al
mismo tiempo, sin ni siquiera darse cuenta… Un día se encontraba diciendo “A de
apple, E de elefante, C de cat”.
Amanda tiene dos
hermanas: María Auxiliadora, la mayor, lleva el mismo nombre de su mamá y María
Laura, la menor, ha sido desde 1995 su compañera de cuarto y de vida. Amanda es
la única que no tiene un “María” en la partida de nacimiento. Dejó de rayar las
paredes hace varios años; ahora tiene una colección de libretas gastadas y una
caja de bolígrafos sin tinta. Alrededor de su cama siempre se ven libros, sobre
todo un poemario que le regaló su papá cuando cumplió 18 años. En su Ipod están
todas las canciones de Elton John y Simón Díaz, esas que tanto le recuerdan a
su infancia y que memorizó mucho antes de aprender a hablar.