viernes, 12 de agosto de 2011

Víctor

Extraído del diario de Victor
 
 
Domingo 28 de Marzo de 2009.
 
 
Cuando comenzaba la tarde y parecía que el día terminaría siendo uno más de ésos que se tachan en  el calendario, llegaron ellos.
No hizo falta detallarlos mucho para saber que eran estudiantes interesados en conocer la magia de mis libros. Al verlos supe que su visita sería algo más que eso, que una simple visita. Sus ojos brillaban y reflejaban la inocencia, la tranquilidad y sobre todo la seguridad que en ese momento temí haber perdido con el paso de los años, con la monotonía de mi vida.

Cuando los vi venir a los lejos llegué a pensar incluso que ni cuenta se darían de que yo y mis libros los esperábamos, pero increíblemente pasó; siguieron caminando y finalmente llegaron a mí.
En ese momento recordé las frases sabias de un escritor brasilero: Paulo Coelho. Él dijo en uno de sus libros "cuando quieres algo el universo entero conspira para que lo logres" y así fue. Tal vez me inspiraron mucha confianza porque venían con Joaquín: un viejo amigo al que siempre le ha gustado compartir mis escritos con su gente, o quizás porque eran de espíritu errante como yo, y les gustaban los gatos, como a mí. Uno de ellos me preguntó: "Victor, ¿cuánto tiempo tienes vendiendo libros aquí?".
Titubeé un poco al responder porque la verdad ya ni llevo la cuenta, ya ni recuerdo cuando fue que la vida decidió hacerme ver todo en una nueva perspectiva, sentir lo frío de las noches que se duermen en soledad. 
 
Sí, ya sé que debes estar pensando e incluso diciendo: "Bueno, ¿y tus gatos?". Los gatos, cuando estaban, siempre me acompañaban, pero su compañía ni se acercaba al placer y a la alegría de la tuya, su olor, sobre todo eso, no puede compararse con el aroma sublime de tus cabellos, de tu piel. Ahora debes estar preguntándote qué le pasó a los gatos y por qué hablo de ellos en pasado. Bueno, ya sólo quedaban cinco: Lorca, Wilde, Quijote, Aserrín y Dorian; Marco y Polo desaparecieron y a los días me enteré de que los locos esos supuestamente "santeros", se los llevaron. Nunca te gustó que les dijera "diableros", pero eso parecen ser. Así que por mi tranquilidad y el bien de ellos, decidí regalarlos a un refugio de animales. Sé que allí estarán bien cuidados.
 
Otra de las preguntas que me hicieron fue que si no tenía pareja o alguien que me acompañara. Esa pregunta me hizo pensarte enseguida, recordarte.
 
Esos muchachos ni se imaginan todo lo que removieron en mí. Cuando me preguntaron si yo escribía, les dije que lo hice en su momento, pero que ya no tenía motivos para hacerlo. Han pasado ya 11 días desde que vinieron a revolverme el corazón y hoy me doy cuenta de que siempre hay motivos, tú siempre has sido mi motivo. Cuando un día te dije que no quería hijos porque yo no reproduzco pobreza, no me equivocaba. Nunca nos hizo falta nadie más, tal vez si nos hubiésemos decidido a estar realmente el uno para el otro, hoy yo no estaría escribiéndote cosas en este diario que no abría desde hace años, sino que estaría diciéndote a la cara, tal vez al oído que aún sueño con que nos vayamos a vivir a Italia.
 
Hoy he decidido volver a escribir no sólo por poner en palabras toda la impotencia y el dolor de estar aquí y no a tu lado, sino porque hoy he tomado una decisión: me voy.
 
Todos los años me digo a mi mismo: vamos Víctor, termina de hacerlo, termina de cambiarle el rumbo a esta historia triste en la que se ha convertido tu vida, vete lejos y sin los libros, haz que ellos sólo sean parte de tu pasado. Estoy decidido, sé que Joaquín debe pensar que estoy loco y que siempre repito lo mismo cada vez que viene a saludarme, pero no, no estoy loco o por lo menos no del todo. No me he ido porque tengo miedo de que la nueva vida que elija sea peor que ésta, que la que el destino, para bien o para mal, eligió para mí. Pero hoy, desafiando cualquier mal pronóstico, dejo por escrito el hecho de que ya no hay vuelta atrás. En Junio, me voy. Y no precisamente a buscarte a ti, sino a encontrarme a mí.
 
 
 
El Conde de la Ciudad Universitaria, el señor de los libros, el que prefiere el Ávila antes que a unos baños públicos en los que los hongos se te pegan sin pedirte permiso.

Siempre, yo.  

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